Como todas las mananas, el marques de Torrebianca salio tarde de su dormitorio, mostrando cierta inquietud ante la bandeja de plata con cartas y periodicos que el ayuda de camara habia dejado sobre la mesa de su biblioteca.
Cuando los sellos de los sobres eran extranjeros, parecia contento, como si acabase de librarse de un peligro. Si las cartas eran de Paris, fruncia el ceno, preparandose a una lectura abundante en sinsabores y humillaciones. Ademas, el membrete impreso en muchas de ellas le anunciaba de antemano la personalidad de tenaces acreedores, haciendole adivinar su contenido.
Su esposa, llamada «la bella Elena», por una hermosura indiscutible, que sus amigas empezaban a considerar historica a causa de su exagerada duracion, recibia con mas serenidad estas cartas, como si toda su existencia la hubiese pasado entre deudas y reclamaciones. El tenia una concepcion mas anticuada del honor, creyendo que es preferible no contraer deudas, y cuando se contraen, hay que pagarlas.